El líder chauvinista en su lucha contra la Global-COVID

LML
8 min readJan 17, 2022

(Texto originalmente publicado el 6 de abril de 2020, borrada y republicada).

Adelaida, Centro Civico, marzo 2020.

Si un ciudadano común contaba con la información de que esta pandemia podía ocurrir, cómo pudo suceder que una mayoría de líderes del mundo hayan sido tomados por sorpresa.

Cada cuatro años la National Intelligence Unit del gobierno federal de los Estados Unidos publica un documento que compila una cantidad de tendencias globales para el mediano y largo plazo. Es un documento amplio en sus temas. Combina una lectura de lo que ha sucedido y sucede, y pronostica la evolución de diferentes avances científicos, desarrollos tecnológicos, conflictos políticos, sociales y económicos con una perspectiva de hasta 20 años. Lo interesante de ese documento es que un grupo numeroso de expertos lo prepara durante cuatro años y se lo entrega al presidente electo de los Estados Unidos. Es un mensaje acerca de cuáles son los asuntos de relevancia que afectarán el futuro del país. Y más interesante aún es que ese documento se publica de manera abierta en internet para todo aquel al que le interese leerlo. En la página 13 de Global Trends 2030: Alternative Worlds, que se preparó en 2012 para el segundo mandato de Barack Obama, se lee:

“Los científicos están comenzando a reconocer el volumen de “conversación viral” que sucede en el mundo, descubriendo patógenos en humanos que esporádicamente pasan desde animales. Algunos ejemplos incluyen enfermedades de priones en ganado vacuno que se transmitieron a humanos en 1980 causando una variante de la enfermedad de Creutzeldt-Jacob en humanos, un henipavirus en murciélagos que en 1999 se conoció en humanos como Nipah virus y un corona virus en murciélagos que en 2002 se transmitió a humanos para causar el SARS… Nadie puede predecir qué patógeno será el próximo en comenzar a esparcirse entre humanos, o cuándo o dónde un evento de estos puede desarrollarse, pero los humanos continuarán siendo vulnerables a pandemias, muchas de las cuales se originarán probablemente en animales. Dentro de los eventos disruptivos más factibles existe la aparición de un novedoso patógeno respiratorio fácilmente transmisible que mate o incapacite a más del uno por ciento de sus víctimas. A diferencia de otros eventos globales disruptivos, un brote de esta magnitud puede resultar en una pandemia global que cause sufrimiento y muerte directa en todos los rincones del mundo, probablemente en menos de seis meses. Lamentablemente, esto no es una amenaza hipotética. La historia está repleta de ejemplos de patógenos arrasando con poblaciones que carecen de previa inmunidad, causando agitación política y económica, y definiendo el destino de guerras y civilizaciones”.

Ese trabajo tiene además una página que compila viejas ediciones, hay resúmenes en varios idiomas y su redacción es sencilla para la comprensión general de cualquier lector. ¿Cómo pudo esta pandemia tomar por sorpresa a todo el mundo? ¿Cómo pudo suceder que un pronóstico tan claro y detallado fuera ignorado? La edición de 2016, preparada en ocasión de la asunción del presidente Donald Trump, también lo menciona.

¿Qué pudo suceder para que en medio de un desarrollo tecnológico sin precedentes como el que vivimos, enfrentemos un virus con tecnologías del siglo XIX como son el lavado de manos y el distanciamiento? Cotidianamente somos invadidos con información sobre desarrollos tecnológicos que cambiarán nuestras vidas. Nos alertan de tecnologías trascendentes sin las cuales no podremos vivir. La revista MIT Tech Review, que está siempre en la frontera de los nuevos desafíos y desarrollos no menciona la posibilidad de un brote en ninguna de sus ediciones de los últimos años. Tampoco destaca entre sus novedades el desarrollo de alguna tecnología destinada a tratar con el surgimiento o el tratamiento de una pandemia como la que sufrimos. Cuando cientos de consultores disertan sobre los beneficios de las tecnologías para ciudades inteligentes, un amigo suele decir que ninguna sincronización del tráfico estará a la altura de los problemas que resolvieron los romanos cuando inventaron las cloacas.

Las oportunidades que brindan las nuevas herramientas tecnológicas son innegables. La evidencia pareciera mostrar que no siempre ponemos las tecnologías a disposición de los problemas relevantes o que al menos erramos en la asignación de prioridades basadas en riesgos.

Menos justificable es la impericia y negligencia de una gran mayoría de líderes políticos mundiales. Principalmente aquellos demagógicos de los variados arcos ideológicos que han crecido con éxito montados sobre sus promesas vacías de generación de empleos, de llenado espontáneo de heladeras con comida y de bolsillos con dinero. Vivimos una transformación tecnológica a la par de la Revolución Industrial en la que se pronostica que el 40% de los empleos existentes serán barridos o reemplazados por otros que ni siquiera se conoce bien cuáles serán. No obstante nos dicen que nadie perderá su empleo.

La primera reacción de éstos líderes ante la aparición de esta pandemia fue esconderla en su origen. La segunda reacción fue negarla. Es evidente que nos mintieron con las estadísticas, nos recitaron “a nosotros no nos va a llegar ningún ´virus chino´”, “el virus ataca en invierno, nosotros estamos en verano” y todo el vademécum de recetas demagógicas. Los debates políticos de los últimos años exacerbando los nacionalismos, cierres de fronteras, construcción de muros protectores fueron la antesala de lo que hoy vivimos.

También sería demagógico si no se dijera que con excepción de los líderes dictatoriales de países donde la gente no puede elegir sus autoridades, todos los líderes políticos actuales han sido encumbrados por el voto democrático de ciudadanos de países desarrollados y no desarrollados. Y nos lamentaremos por décadas, porque líderes de los otros hay pocos y es probable que no vayan a haber. Los líderes políticos que tenemos son la consecuencia de negar los desafíos que enfrentamos, de privilegiar aquellos que proponen medidas efectistas, esfuerzos innecesarios y lluvia espontánea de soluciones. Se cree en cualquier conspiración que rota por las redes, desconfiamos de la redondez de la tierra, de la eficacia de las vacunas, pero no de estos ilusionistas que nos distraen con una mano mientras esconden el truco en la otra.

Estamos lanzados en un mundo que avanza como un tren hacia algo nuevo pero nos aferramos a maquinistas que prefieren intentar frenarlo antes que manejarlo. El tren nunca va a parar. Y si elegimos a aquellos que esquivan la toma de decisiones trascendentes por lo doloroso de sus efectos, sufriremos las consecuencias.

De dónde surgirán entonces líderes racionales, que toman decisiones en base a evidencia. ¿Qué aspirante a líder político se expondría a ser mutilado públicamente por decir la verdad de los desafíos que enfrentamos? Más aún, ¿cuántos los votarían?

El esparcimiento del coronavirus y la gestión de esta enfermedad dejan expuesta también la fragilidad de la gobernabilidad del mundo global en el que coexistimos. Estamos gobernando la Revolución Digital Global con tecnologías de gobierno propias de la Revolución Industrial. Nos resistimos a enfrentar este desafío también. Y la lección vino de la manera más simple y contundente con un virus que no respeta fronteras, un virus global.

Hasta que surja nueva evidencia, sabemos que la COVID-19 comenzó a esparcirse en uno de las decenas de mercados barriales de la ciudad de Wuhan en China. Esos mercados, que funcionan en condiciones sanitarias inaceptables, comercializan carnes frescas de diversidad de animales. Pero también faenan otros animales a la vista o venden animales vivos que el cliente faena en su casa. Esta práctica arraigada culturalmente en ese país, como en tantos otros, es incompatible con otra cultura: la cultura global en la que estamos todos comunicados física y virtualmente que pone en contacto a gente con costumbres totalmente diversas. Nuestros hábitos locales deben ser compatibles con nuestra nueva cultura global. Si vamos a convivir debemos compartir normas que no pongan en riesgo la vida de las personas. El descolorido papel de la Organización Mundial de la Salud en la gestión de esta pandemia muestra la ausencia de herramientas para prevenir e implementar respuestas globales. Esa es la primera incompatibilidad.

La segunda incompatibilidad es que no pueden convivir armónicamente sociedades en las que el flujo de información es libre, con sociedades en las que esa flujo está controlado por gobiernos. Es cada vez más evidente que el coronavirus que nos azota empezó a infectar mucho antes de cuando se dio a conocer. Esa restricción al acceso a información evitó la toma de decisiones que podrían haber atemperado los impactos. Ésto nos ha llevado a un caos socio económico con consecuencias aún inmensurables. Todos los modelos de negocios que basan sus inversiones y comercio en base a modelos de gestión de riesgo fracasaron en sus análisis. El sistema capitalista con sus diferentes matices, ha sido hasta la fecha el modelo económico más efectivo para asegurar el desarrollo de las naciones y la prosperidad de las personas. Ese modelo se desarrolló y ha funcionado siempre junto a la libre circulación de ideas. No podremos alcanzar un desarrollo sustentable sin una sociedad global libre y democrática que asegure la libertad de expresión y creación. Quienes pronosticaban que el modelo de “capitalismo chino” podía funcionar sin instituciones democráticas, libertad de información y de expresión deberán rehacer sus cálculos porque las pérdidas ya las podemos empezar a medir. Los trabajos de Douglas North, Premio Nobel de Economía en 1993, sobra la relación entre la calidad de instituciones y el funcionamiento de la economía son uno de los ejemplos por donde empezar.

La Era Digital Global nos demanda instituciones supra nacionales que coordinen la gestión de la salud pública, pero también la educación, la justicia, los derechos y la gobernanza. Como han reflexionado muchas personas estos días, esta pandemia nos enfrenta al posible deterioro de nuestros sistemas democráticos en favor de regímenes fascistas y autoritarios. Sabemos que mucha gente ante el miedo demanda manos rígidas y sus convicciones tambalean. El riesgo de no enfrentar con madurez adulta esta pandemia y postergar la solución a los desafíos que nos impone esta era digital no es el totalitarismo. Quién quiera aproximarse a ver el riesgo al que el mundo en manos de líderes populistas se enfrenta tiene que mirarlo en el espejo de Argentina. Argentina es un país que ha logrado ensamblar un aceitado mecanismo de pauperización enmarcado en una democracia frágil, en el que sus ciudadanos siempre terminan entregando el poder a aquellos que los empobrecen. Es un modelo de erosión de instituciones lento pero sostenido que termina controlando los poderes del estado, la prensa libre y la complicidad (o el silencio) de los ciudadanos que temen quedar a la intemperie. Los líderes políticos del mundo deberían pedir las traducciones de todos aquellos autores locales que han venido explicando cómo este país, que a principios del siglo XX se ubicaba entre los diez más ricos del mundo, está sumergido en un proceso de decadencia que ya es casi irreversible.

La predicción sobre la posibilidad de esta pandemia ya la teníamos Y no hicimos casi nada. Disponer libremente de información que nos puede evitar catástrofes e ignorarla es quizás un hecho tan perverso como esconderla o restringirla. En el sumario ejecutivo de Global Trends 2030: Alternative Worlds también se lee:

Un regreso a las tasas de crecimiento pre crisis del 2008 y a los patrones de rápida globalización es crecientemente improbable al menos durante la próxima década [2013–2022]. La deuda no-financiera de los países miembros del G-7 se ha duplicado desde 1980 hasta un 300% del producto bruto interno de esos países, acumulándose por una generación. Estudios históricos indican que las recesiones que involucran crisis financieras tienden a ser más profundas y requieren el doble de tiempo para recuperarse. Las economías más grandes de Occidente –con excepciones como la de Estados Unidos, Australia y Corea del Sur- han apenas comenzado a reducir sus deudas; previos episodios han llevado cerca de una década.

En los últimos días hemos visto como hasta los gobiernos más ortodoxos han flexibilizado sus posturas y han comprometido billones y trillones de dólares en asistencia para mitigar los efectos de esta pandemia. Es una deuda que oportunamente habremos de pagar y que se acumulará junto a las anteriores. Los ciudadanos, al menos los de los países democráticos, tendremos en nuestras manos la posibilidad de elegir qué líderes queremos para sanear este caos en el que nos metimos.

--

--