El último refugio del militante

LML
8 min readApr 27, 2024

En 1980, en mi ciudad de Azul se puso en marcha una experiencia en la Escuela Piloto Nº1 Elisa Vergés de Ramongassie. Elisa Vergés fue fundadora de la Escuela Profesional de Mujeres de Azul en 1928, y junto a Ramongassie donaron el predio de su casa donde hoy se erige la escuela. Si la buscan en GoogleMaps van a ver que su diseño pertenece a la, quizás, última generación de arquitectura escolar respetable.

Allí se creó esta Escuela Piloto con el objetivo de fomentar el desarrollo de niños vulnerables para completar su educación secundaria. A pesar de mis diez años, conozco este proyecto más de cerca porque uno de los profesionales a cargo era mi madre. Mi madre es una docente y formadora de docentes jubilada de la, quizás, última generación de docentes formados y formadores de los profesorados de las viejas escuelas nacionales y normales. Mis respetos a esa generación.

Mi madre decía, ya en ese tiempo, que había chicos que por las condiciones en las que vivían y sus antecedentes socioeconómicos, muy dificilmente iban a poder terminar la secundaria; que a esos chicos había que ofrecerles otras alternativas para que puedan tener éxito en su vida adulta. Lo sigue diciendo.

Cuando se reunía con sus padres, madres o tutores, y les comentaba sobre las dificultades del niño, ella recuerda que muchas veces le decían “yo quiero que termine la secundaria así puede entrar en la policía”. Hoy quizás sean comisarios de La Bonaerense. Pongo esta introducción en la hornalla del fondo, como dice el inglés para retomarla más adelante.

En estos días de agitado debate sobre la educación, no vi una sola persona argumentando su defensa con un dato mostrando una mejora en alguno de sus niveles. Las manifestaciones a favor de la educación son declarativas, principistas. Mucho aspaviento, pero no pudieron aportar algo que refutara que hoy la educación pública está peor en tres de sus niveles (quizás no tan mal en nivel inicial).

Las únicas manifestaciones públicas a favor de la educación y su calidad son en general de oposición a algo, de rechazo, de queja. Aún el movimiento consistente y argumentado alrededor del grupo Padres Organizados, que perseguía la reapertura de las escuelas durante la pandemia, fue para restablecer el sistema existente. En comenzaron las clases presenciales ese movimiento, pero más la sociedad, entró en hibernación.

La decadencia educativa se aceleró desde 1983. Sucesivos gobiernos democráticos quisieron cada uno a su manera implementar reformas y cada una de ellas empeoró la situación al punto que hoy en los programas periodísticos se debaten metodologías para que los niños vuelvan a aprender a leer. Algo que, me automenciono a modo ilustrativo, aprendí a fines de 1976, diez meses después de empezar primer grado.

Desde esa carencia lectoescritora, hasta los claustros de la universidad más importante del país eligiendo un militante político partidario sin ningún antecedente académico destacado como Vicerrector, todo es decadencia. Con la democracia íbamos a educar, pero fue Kiciloff (otro miltante político de la misma facultad que el vicerrector) quien dijo no se pudió. ¿Y si todo este fervor de consignas es la excusa para enfrentar el problema?

La manera de procesar esta pauperización es la negación sumada al postureo de gente solemne que tiene la necesidad de expresarnos que está a favor de la educación pública. Con mostrarse conmovido parece que alcanza.

En el caso de la universidad se quedan afónicos defendiendo el manifiesto de la Reforma de 1918, la de la universidad pública, libre, gratuita y de ingreso irrestricto. Tal manifiesto son cuatro hojas que me pregunto cuántos habrán leído. En términos propositivos lo concreto que es plantea es rebelarse contra la “dominacióh monárquica y monástica”, reclama “el derecho a darse un gobierno [democrático] propio que radique principalmente en los estudiantes”, y se manifiesta en contra del “el predominio de una casta de profesores”. No mucho más.

Unos meses después, dando continuidad a lo resuelto en el manifiesto, el Tomo I de La Reforma Universitaria, compilación realizada por Gabriel del Mazo, en su página 41, detalla los lineamientos que plantearon para una ley universitaria:

Materia de la Ley universitaria y de los estatutos universitarios

Conforme a los preceptos que hemos sostenido, la futura ley universitaria solo debe contener lo que sea materia de organización institucional y de relaciones entre universidad y el gobierno. Todo lo que se refiere a la reglamentación de los grandes principios y al régimen pedagógico e interno de las universidades, debe ser de exclusiva incumbencia de cada estatuto local. Unicamente, pues, serán temas de la legislación universitaria: a) La designación de las autoridades de la universidad; b) La composición de los consejos directivos de las facultades; c) La composición del consejo superior; d) La composición de la asamblea universitaria; e) El modo y tiempo de elección de los profesores; f) la docencia libre.

En tal obra se detallan los procesos de discusión seguidos, las ideas consideradas y análisis de los distintos sistemas universitarios del mundo. Es interesante el pasaje en el que se rechaza incluir los principios de “asistencia obligatoria” y “gratuidad de la enseñanza” (página 54). Cuando ante la propuesta del doctor Alfredo Colmo para instaurar el “privat docent [que] supone una erogación de parte de los estudiantes, que así le pagan su labor [al profesor] en relación a sus méritos”, la comisión descarta ese análisis por inoportuno para esa ocasión y aunque no coincide con Colmo, manifiesta que “es indudable que ningún docente permanecerá dedicado a la cátedra si no percibe un estipendio como justa retribución a su trabajo; esto es lo humano. El aplauso diario y la fama conquistada, no bastan para subvenir a las premiosas necesidades de la vida”. En ningún momento están considerando que sea el estado el que le pague al profesor.

La misma obra de 1941 abunda en discusiones sobre la necesidad de gratuidad pero también sobre la creación de tributos para cubrir su financimiento. Parece ser que fue finalmente el demagogo Perón quien en 1949 decidió que el conjunto de la sociedad pague los estudios al sector privilegiado que asiste en la universidad. Favaloro en su libro “Don Pedro y la educación” también niega que la universidad fuera gratuita e irrestricta.

La Revolución Universitaria de 1918 (hace 106 años) que logró una universidad “libre, pública, gratuita y de ingreso irrestricto” parece ser otra manipulación de la historia; otra mentira sobre la que alguien fosilizó otro mito. Es paradójico que sea la academia y la casa de la ciencia la que permita tal manipulación. Al igual que le sucedió a Graciela Fernández Meijide, Darío Lopérfido y otros, cuando evidenciaron el mito de los 30.000 desaparecidos, los intentos por plantear un debate más constructivo, libre de agendas ocultas e intereses sobre la educación son enfrentados, ignorados y silenciados.

Cuando se le deja juntar mucha presión a una olla, aparece el Método Milei para abrirla: “ahí tienen zurdos empobrecedores, lacras keynesianas, políticos de la casta”. Cuando no se abre el debate aparece la búsqueda de escarmiento. Las cosas siempre explotan por algun lado.

Para los popperianos de la sociedad abierta como el que escribe, el Método Milei prueba ser efectivo. Al menos logra poner el tema arriba de la mesa. Para un sistema refractario a los cambios, o mejor dicho que los cambios dependen de la voluntad de los protagonista para concretarse, la estrategia de Milei es la misma que la de los rebeldes de la Revolución Universitaria de 1918: romper el sistema. Cuando leía este pasaje se me venía la voz de Milei a la cabeza hablándole a la casta universitaria actual:

La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque ahí los tiranos se habían ensoberbecido. Las Universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y lo que es peor- el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilización hallaron la cátedra que las dictara. Las Universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico. Nuestro régimen universitario aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Mantener Ia actual relación de gobernantes y gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales.

Osados aquellos universitarios convocando a las fuerzas del cielo. Son todos extractos del Manifiesto Liminar de 1918. No hay uno de esos juicios sobre aquella academia que no sean aplicables al sistema universitario de las últimas décadas. Esa pasión por el atraso, esa obcecación por mantener el statu quo, esa falta de curiosidad por aprender de otros, ese miedo a crear debates abiertos para enriquecer el abanico de soluciones, esa oposición a la modernización fueron los ejes movilizadores de aquellos reformistas.

El proceso político actual es caótico pero también es efervescente. No tiene precendentes y es impredecible. Por eso es imposible apoyarlo. Pero veo a quiénes están nerviosos y entreveo una esperanza. Yo necesito que a Milei le vaya bien. No ya porque necesitamos que algo salga bien, no ya por muchas de sus ideas con las que comulgo, sino porque es la primera vez que mi generación llega a la presidencia. Necesito que sea mi generación la que nos saque de este marasmo.

En este contexto de esfuerzo general, la universidad, la academia argentina, el sector más capacitado de la sociedad no está para andar llorando por plata. Está para ayudar a generarla. Está para proponer caminos de solución. No sirve decir que la educación es importante. Tienen que demostrar por qué lo es.

Si avanza este proceso de transformación como creo que sucederá, Argentina tiene enorme desafíos que resolver mientras camina por la cornisa. ¿Qué va a hacer la universidad?¿Dedicarse a pedir plata, a quejarse? Durante los años 90 Argentina experimentó un proceso de transformación económica que nunca pudo despegar como sí sucedió en otras sociedades. Creo que una entre varias razones residió en la falta de habilidades y conocimientos de muchos argentinos para entender ese proceso y lograr navegar ese nuevo modelo económico que generó casi 20% de desempleo. Gente cuyas capacidades quedaron obsoletas, gente cuyo negocio no logró sobrevivir porque no pudo modernizarlo, adaptarlo o cambiar de rubro. Era común escuchar en esa época a empresarios quejarse:

- Necesito conseguir un trabajo

- ¿Qué sabe hacer?

- Cualquier cosa

- Necesito un técnico en aire acondicionado

- Ah no, eso no sé.

Hay toda una sociedad por informar, educar, preparar, asistir para que ese fracaso de los 90s no vuelva a repetirse. Argentina ha estado cerrada al mundo muchas décadas y es tarea de los agentes más capacitados del país traducirle a toda la sociedad cómo funciona el mundo actual para convertirlos en protagonistas de la economía global. Nuestra sociedad necesitará egresados universitarios, pero el éxito económico de una nación se explica cuando logra que 90% de sus miembros se entienden, se comunican, trabajan en conjunto armónicamente, identifican problemas, proponen soluciones, planifican y gestionan proyectos, adoptan tecnologías, simplifican procesos, comercian leal y profesionalmente entre cientos de cosas que necesitamos progresar. La universidad argentina, ¿va a ayudar? ¿O va a obstaculizar?

Les traigo de nuevo a aquella madre cuyo sueño era que su hijo “entre a la policía”. ¿Qué propuesta tiene la academia argentina para rescatar a ese compatriota? ¿Cómo vamos a hacer para convertir a ese muchacho en técnico en maquinaria agrícola?, por nombrar uno de los miles de oficios que necesitamos para desarrollar nuestra economía. Porque no todos tienen que ser abogados, sociólogos o ingenieros. Necesitamos jugadores en todos los puestos. Desde 1980 el problema se multiplicó por diez.

Tienen la autonomía y tienen la autarquía de la que tanto les gusta jactarse. ¡Úsenla! Los ciudadanos necesitamos que maduren y dejen de ser el adolescente que manguea plata a los padres todos los días.

La reforma universitaria salió de adentro de la universidad. De una rebelión. La universidad está para responder productiva, creativamente a los problemas que tenemos que resolver. Liberemos a las universidades de los políticos partidarios que cooptaron los recursos humanos y no humanos de nuestras instituciones educativas. Como escribieron aquellos reformistas libertarios en 1918 en la introducción de su Manifiesto: “Los dolores que quedan son las libertades que faltan”.

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